El número de casas de apuestas en nuestras calles se ha multiplicado por tres en los últimos 6 años. Es más frecuente encontrarlas en los barrios más deprimidos económicamente de nuestras ciudades. Por ello, desde ASAPME, queremos ofrecer la visión desde un punto de vista psicológico.
Primera toma de contacto
David tiene 16 años y es alumno de 4º de ESO. Como cada viernes, al finalizar las clases, decide ir con dos compañeros de clase al local de apuestas situado a poco más de diez minutos del instituto. Aunque hay locales similares más cercanos, éste es el único de la zona que no controla de forma sistemática la edad de los jugadores, aspecto sobradamente conocido por casi todos los alumnos de los dos institutos del barrio.
Las primeras veces, David únicamente accedía a ir como acompañante, aunque lo hacía de buen grado. Y es que el local está lleno de pantallas en las que visualizar diferentes eventos deportivos. Esto llamaba notablemente la atención de David, un apasionado de los deportes.
Con el paso de las semanas, nuestro protagonista ha empezado a animarse a realizar alguna pequeña apuesta. Los partidos de fútbol del fin de semana parecen una buena opción, ¡no es tan difícil acertar!. Poco a poco, e influido por la mayor experiencia de sus acompañantes, ha comenzado a gastar un porcentaje cada vez mayor de la propina que le dan en casa. Esa propina la “reparte” en diferentes eventos deportivos que tienen lugar en directo, la mayoría de ellos, en otros países. De esta manera, dicen, el riesgo es menor y su nivel de control, mucho mayor.
Uno de sus amigos relata, un viernes tras otro, cómo consigue duplicar la cantidad apostada. Invierte el dinero que le dan en casa, de forma continuada, a modo de apuesta a través de una aplicación del móvil. David aún no conoce la aplicación ni cómo su compañero consigue realizar esas apuestas sin que se enteren en su casa pero, teniendo conocimiento de sus resultados, sin duda, le parece una gran idea. Así, este tipo de apuestas se convierten en un nuevo campo a explorar por parte de David.
La realidad
La historia del párrafo anterior, lejos de ser una rareza, es una realidad que, según las estadísticas, podría estar marcando la vida de uno de cada tres menores en nuestro país. Éste hecho es sobradamente conocido por las empresas que se dedican al negocio del juego en cualquiera de sus variantes. Invierten presupuestos estratosféricos en publicidad y en la contratación de modelos idolatrados en aras de lograr una alta influencia en los jóvenes.
El problema es más complicado de abordar de lo que podría parecer. En la actualidad, ya no es necesario haber accedido nunca a una casa de apuestas para comprobar los principios subyacentes a éste tipo de prácticas. Basta descargar algunos de los innumerables juegos “free”, presentes en las tiendas online de cada uno de nuestros dispositivos móviles, para comprobar cómo se han incorporado elementos propios de los juegos de azar y de apuestas.
Esta convergencia no hace sino proporcionar un mayor acercamiento de los jóvenes a los juegos de azar reales, familiarizándoles con el proceso real de éstos mediante la inclusión de pequeños y “cómodos” pagos económicos.
La adicción
La capacidad de los juegos de azar para generar adicción sigue patrones similares a la de otros comportamientos adictivos. Cualquier persona es susceptible de desarrollar una adicción si se presenta el contexto adecuado, si bien es cierto que el adolescente medio está más predispuesto a ello. Esto es así porque presentan mayor necesidad de búsqueda de sensaciones, menor autocontrol y patrones de evitación ante estados emocionales aversivos.
La Psicología del Aprendizaje se encarga de explicar la adquisición o extinción de conductas mediante el uso de reforzadores positivos o negativos. En el caso que nos ocupa, el juego funciona porque se utilizan procesos de refuerzo intermitente, que dan lugar a aprendizajes muy consolidados. Están potenciados por la motivación dirigida a la ganancia y la percepción de control vinculada al uso de conocimientos previos (especialmente en el caso de las apuestas deportivas).
Aumento de casas de apuestas
Por si fuera poco, las estadísticas indican que el fenómeno, lejos de controlarse, está creciendo de forma exponencial. Desde el año 2013 el número de casas de apuestas en nuestras calles se ha multiplicado por tres, cebándose especialmente con los barrios más deprimidos económicamente de nuestras ciudades. En numerosos estudios relacionados con sustancias adictivas se ha podido comprobar que la normalización de dichas sustancias actúa como un facilitador del consumo, especialmente en los casos en los que éste consumo es socialmente aceptado. En el caso del juego y las apuestas, la realidad no es distinta. El hecho de que prácticamente la totalidad de los 42 equipos de fútbol, de primera y segunda división, de nuestro país sean patrocinados de forma principal o secundaria por casas de apuestas da buena cuenta de ello.
¿Solución?
Llegados a este punto, resulta imprescindible la implantación de medidas de tipo legislativo y educativo para tratar de revertir la actual situación. Hace años, la publicidad de bebidas alcohólicas y de tabaco era habitual en medios de comunicación con público juvenil (incluido, una vez más, el fútbol de élite). Sin embargo, a día de hoy, consideramos normal su regulación y limitación a todos los niveles. La publicidad relacionada con el juego no debería ser ninguna excepción y, por el bien de la salud pública, deberá ser sometida a una regulación similar.
Sin embargo, difícilmente conseguiremos controlar el problema encarándolo únicamente por la vía política. Los juegos monetizados y las apuestas online ofrecen, a adultos y menores, la posibilidad de acceso inmediato con un teléfono móvil. La realidad que refieren muchas familias es que se están viendo completamente desbordadas por este fenómeno. El protagonista de nuestra historia, David, no tardará en buscarse la vida para conseguir acceder a esa app de móvil. Previsiblemente, dejará de apostar únicamente los viernes con sus amigos. Posiblemente, la propina semanal empiece a ser insuficiente y, por qué no, tendrá que empezar a conseguir dinero de otra forma. Llegará de hecho el momento en el que David, ya mayor de edad, lo hará cuándo y cómo quiera, sin limitaciones legales que se lo impidan.
Legislar
Legislar y limitar es necesario, pero los programas de prevención dirigidos a la promoción de un uso saludable de las tecnologías e Internet son imprescindibles. Concienciar, contextualizar y luchar contra el proceso de normalización debe ser el objetivo de estos programas, de tal modo que contribuyan a una mayor percepción de los riesgos asociados. Al fin y al cabo, nuestros menores son un fiel reflejo de lo que los adultos, como modelos conductuales que somos, les inspiramos. ¿Estamos siendo realmente un modelo óptimo a seguir?.
Manuel Martínez
Psicólogo de ASAPME, especialista en población infanto-juvenil